Esta inestabilidad puede darse como consecuencia de diversos factores y en distinta intensidad. Unas veces se deberá a desacuerdos agudos entre los cónyuges, a menudo transitorios, y en este caso, los choques afectivos violentos son menos perjudiciales al niño que el sordo malestar que capta confusamente, cuyo origen no acaba de comprender y que le crean conflictos de inseguridad permanente.
En otros casos, la causa está en desacuerdos latentes más o menos visibles, cuyas manifestaciones directas se dan con frecuencia menor, pero cuyo efecto es más pernicioso, puesto que desde muy temprana edad existe en el niño un conocimiento intuitivito de la situación real, que no deja de trastorna su afectividad y comportamiento.”
Hogares destruidos
“Siendo el hogar esencialmente la unión del padre y la madre, basta la desaparición de cualquiera de los dos para definir su destrucción.
Las ausencias demasiado prolongadas vienen a representar un papel análogo al de la muerte, abandono o divorcio, que son las causas principales de disgregación definitiva del hogar.
Cuando el niño carece de un hogar, frecuentemente se vuelve apático, indolente, no se esfuerza en estudiar, retrocede en todos los planos, sufre sin estar enfermo y a veces, en los casos más extremos, busca un refugio en la enfermedad que hace despertar la inquietud de sus padres, atrae así su solicitud y cuidado, el afecto que creía perdido. Esto no quiere decir que a todo niño en estas circunstancias le pase lo mismo, ni con las mismas características. Su propia personalidad influirá, así como la edad y el nivel de evolución afectiva en que se encontraba cuando se produjo la separación.
La mala alimentación en los niños repercute en el rendimiento escolar; de acuerdo con información del DIF Estatal, de cada cinco infantes en México dos padecen problemas de hipertensión, cardiovasculares o diabetes.
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